Soy quien lleva la tea
y clama a sus cenizas,
el abad de los huesos de Rimbaud,
y el delirio frente al mar
en la isla de Patmos.
En mi se quema el río de la noche
y lo demás es sombra,
literatura y sombra
creciente en las ramas del olivo.
Alguien aulló y supo mi nombre,
de él bebieron antiguos esclavos
entre campos de algodón,
en él se predispuso el poniente
a enseñar su entraña vácua y delatora,
en él un día quebraron el altar
de los desesperados.
Benditas sean las péyades
y su afán de ruina siempre.
Un amigo me llama
a que cante el escombro
hacia mi nombre,
y yo no tengo más
y yo no tengo más
que el firmamento mutilado
en mil otoños concebidos;
de mi mano yace un péndulo
de estricta eternidad,
los huesos de Rimbaud
afinan su belleza
como un cuchillo roto,
y más allá del muro
crece el fin.
(Inédito del libro Miedo a los sótanos, 2011)
Estimado Juan Carlos: muchas gracias por pasar por mi blog, este un poema exacto, me ha gustado mucho su ritmo, su decir elegante...
ResponderEliminarUn abrazo fraterno
Un placer leer un buen poema. Saludos cordiales
ResponderEliminarEspléndido. Un saludo
ResponderEliminarMuy bien!!!! ¿Por qué sentí que todavía no había concluido?
ResponderEliminarGracias amigos por los comentarios, German, Tal vez es un poema imposible de terminar, en todo caso hay cosas que sobran siempre, o que hagan falta...
ResponderEliminarUn abrazo!