miércoles, 16 de diciembre de 2009

Malos Hábitos


Mis culpas nunca fueron las mismas.
Hoy doy cuenta de mis actos
en lugar de vivir,
de alucinar en el cuadrilátero
el paso de los días,
alzar las manos,
esquivar el golpe,
y dejar al poema
una vez más sobre la lona.

El aplauso me causaría tristeza,
una ráfaga de luz
me llevaría de nuevo hasta las cuerdas,
los camerinos olerían
a un tiempo que no llega,
a palabras soberbias,
a nombres de mujeres
que persiguen sombras
por amor a mi nombre,
a falsos amigos
que sin dudar me salvarían.

Cuando la campana dejó de sonar
ya mi alma se caía por los poros,
y supe que para otros
siempre fueron las medallas recibidas.

Pero hoy, me detengo ante mis ojos
y me pido perdón,
miro los raídos guantes del pasado
colgar de la pared
como una profecía,
mis fingidos vestigios de gloria,
y me decido a terminar
este combate de doce pesadillas
que dieron en mi rostro,
sabiendo de antemano
que mi cuerpo será
esa metáfora extendida sobre el ring,
la muerte dirá en los altavoces
que mi tiempo ha pasado,
cesará el bullicio,
y entonces la poesía, victoriosa,
aplaudirá con soberbia
desde la última butaca vacía.


Juan Carlos Olivas

domingo, 6 de diciembre de 2009

Poema de Jaime Gil de Biedma (España 1929-1990)


NO VOLVERÉ A SER JOVEN


Que la vida iba en serio
uno lo empieza a descubrir más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimansiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.



"Poemas póstumos" 1968

domingo, 29 de noviembre de 2009

Albedríos


Mi angustia es el eco

de la risa de Dios

Pedro Casariego



Esto que llevo en las manos

es la memoria de un abismo

donde dos muertos se besan y son ángeles.

El albedrío es atroz

y recobro la crueldad de estas paredes,

el insomnio como una imagen tuya

cuando bostezan las ventanas de piedad

y gotean pájaros sin calma de mis ojos.


Por horas caminé enfebrecido de mares

como un hombre ciego,

la tristeza clavaba sus uñas sobre el mundo,

y tú ya no eras

la fiel sacerdotisa del dolor,

sino el ruido de un cadáver que cae

sin horas a la tierra,

la piedra sobre piedra,

o el cuervo sosegado

en la mudez de mi hambre.


Pero en ascuas padecí del enigma,

crucé los ríos de la espesa altura,

conspiré contra los mártires,

contras sus máscaras hermosas en mis ojos,

conspiré contra ti, infinita,

porque llevas enjambres

de ángeles muertos que se besan,

porque das tu pañuelo de sombra a los huérfanos

y a los padres el delirio de sus hijos perdidos,

conspiré y negué darte esta ofrenda

de brújulas y espinas para tu soledad,

porque has reencarnado, sumisa,

una y otra vez

en las últimas esquinas del cansancio

donde ya no pude seguirte

y mis ojos se rendían de agudísimos naufragios,

de esquirlas que tatuaban -puede ser-

el beso de tu muerte en mis párpados,

los incorrectos senderos que tomamos,

el dolor, los espejos,

y todo aquello que era locura para el mundo.



Juan Carlos Olivas

lunes, 23 de noviembre de 2009

Poema de Roque Dalton


ALTA HORA DE LA NOCHE



Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre

porque se detendría la muerte y el reposo


Tu voz que es la campana de los cinco sentidos

sería el tenue faro buscado por mi niebla


Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas

pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta


No dejes que tus labios lleven mis once letras

Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio


No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto

Desde la oscura tierra vendría por tu voz


No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre

viernes, 20 de noviembre de 2009

Aplauso Hipócrita

Hoy va doliendo mucho más
crecer en todos los retratos familiares,
mirarse la cara inquieta y definirse,
ser la costilla de un Dios anestesiado
que vuelve de la noche
cuando todos aplauden,
alaban al Creador, al Hijo mezquino,
al buen padre que siempre llega a tiempo
aunque así no lo quiera.

Me duele la ceniza que ya soy de antemano,
tengo los puños cansados y distantes en la tierra,
hay relojes en vano
que me incitan a reir frente al espejo,
a inclinarme irreverente
a los pies de las muchas horas
donde soy el vigía,
el brazo que consuela un cuerpo amedrentado.

Hoy miro mi rostro
como un golpe de tumba en los retratos,
y me limito tan solo a decirme la verdad:
bufón soy de estos días desiguales,
me exasperan estos canívales que aplauden,
este teatro de oscuras naderías
donde sé que merezco la podredumbre
y no el incienso.