
Es cierta la ciudad,
petrificada.
Los hombres se han marchado,
siguen sonámbulos
el terco camino de las larvas.
Sólo nos une
esa mirada tendida
de la palabra al terror,
el paso del fuego
en el solo vaticinio de tu sexo.
Es cierta la ciudad,
petrificada,
sobre el hilo oscuro del perdón
ante la muerte.
Volver el rostro
ya es odiar la eternidad.
Juan Carlos Olivas